Disciplinando a un ángel -Gab-

Arrastro al ángel hasta aquel lugar, estaba lleno de mesas extrañas con cadenas e instrumentos altamente mortales, como también algunos de índole sexual, pero claramente que distaban mucho de procurar placer a quien los usara.

El lugar estaba vacío y limpio, pero aún se oían oír los gritos de inocentes y culpables siendo torturados antes de morir.

-Bien Gabriel... llegó la hora de jugar...-

Lo empujó sobre una de las mesas, para que luego unas cadenas se enredaran como con voluntad propia entre as piernas del albino y entre los brazos del mismo, separándoles y pegandoles al frío metal

Gabriel se quedó bastante atónito al ver que estaba de nuevo en Inferno. Las únicas veces que había estado allí, era para combatir ejércitos demoníacos, y por eso no le gustaba nada. Odiaba el calor que hacía en ese lugar, el olor a sangre y los gritos de dolor que se escuchaban de los pobres desgraciados que eran torturados por esos seres sangrientos.
De repente sintió cómo era aferrado por las cadenas, y empotrado en la extraña mesa. No quería ni imaginarse en lo qeu Symyasa podría hacerle ahí... No mostró ningún temor, y en todo momento se mantuvo firme y sereno.

-¿Pretendes que someterme con dolor? ¡Qué típico de un demonio!

-No vengo a someterte con dolor... vengo aquí a darme placer mediante tu humillación... y la primera de ellas será tomar tu virginidad-

Terminó de rasgar las ropas del albino, dejandole ahora sí completamente desnudo, apreció por unos momentos el cuerpo del ángel, realmente hermoso, celestial como dirían algunos. Se alejó un poco y tomó un mazo delgado, medía alrededor de unos 4 cm de diámetro y la superficie era rugosa y por su forma se comprendía perfectamente cual ser su utilidad en ese lugar.

Lo ubicó entre las piernas del albino, apoyándolo contra la entrada del ángel y formando en su rostro una desquiciada sonrisa, sus ojos brillaban como el fuego, de la pura emoción que le producía hacer lo que estaba por hacer. Sin seguir pensándolo, simplemente empujó con fuerza el mazo logrando que este entrara por el orificio, rompiendo lo que encontrara a su paso.

-Ahí se fue tu virginidad...- se relamió.

Sintió como todo en su interior se rasgaba, cómo la sangre comenzaba a manar abundantemente de su entrada. Pero ese dolor, ese agudo dolor que lo sacudía físicamente, no era nada con el dolor sentimental que le había producido el hecho de saber que había perdido su valiosa virginidad a causa de un objeto, algo que no tenía sentimientos ni vida, algo que ni siquiera sentía lo que le había arrebatado. Se sintió morir por dentro, poco a poco como una flor que se marchita en invierno bajo una helada.
Ya no podía regresar al Olimpo, no podría mirar a los dioses a la cara... Eso era mucho peor que haber sido desvirgado por un demonio. Lágrimas de dolor y de tristeza acudieron a sus ojos, descendiendo por sus mejillas.

Se deleitaba mirando las lagrimas del ángel, mientras el mismo se llenaba de un gozo cada vez mayor empujando mas y más e seco objeto al interior, que poco a poco se empapaba con la sangre del albino. Mientras más miraba aquella escena más placer le causaba, llegado al punto en que comenzó a reír de manera sonora, sin dejar de empujar hasta que e objeto simplemente no entrara más, cosa que cuando logró, retiró con rapidez y sin cuidado.

-Ésto si que debe gustado ¿No?-

Tiró e mazo al suelo haciendo que gotas de sangre salpicaran incluso su rostro

Gabriel temblaba y lloraba desconsoladamente. Ya después de eso no sabía qué iba a ser de él, a quién acudir o cómo paliar el dolor que se estaba adueñando de su cuerpo y de su alma. De repente, sin apenas darse cuenta de qué había sucedido, sus alas surgieron de su espalda, dolorosamente, pues tuvieron que pegarse a la superficie de la mesa... Y poco a poco, sus plumas fueron perdiendo brillo, volviéndose grisáceas.

-Por favor...-musitó-. Nunca... Nunca he suplicado a nadie... Y menos a un demonio... Pero por favor... Ya basta...-le pidió entre amargas lágrimas.

Los ruegos de Gabriel sólo le hacían desear traer más abajo aún a ese hermoso ser que poco a poco dejaba de brillar. Tomó un puñado de plumas en una de sus manos y las tiró con fuerza, arrancándolas al tiempo que un hilito de sangre se desprendía con ella.

-Espero que Dios esté viendo como rompo su más adorado ángel...-

Le dijo mientras volvía a repetir aquel macabro acto, arrancando otro puñado de plumas, pero este último lo dejó caer sobre el cuerpo del albino. Tomó el dormido y asustado miembro del ángel y lo apretó con fuerza, enterrándole las uñas y lastimándolo.

-Vamos Gabriel... arriba ese ánimo...- Le dijo soltándole y posándose entre las piernas del ángel. -Esto será menos doloroso que lo anterior, pero me encargare de llegar a ser casi... tan doloroso.

Se descubrió el excitado miembro, que si bien era menos agresivo que el mazo que había esta ahí antes, era grande y ancho. Lo metió en la herida entrada del ángel, de una sola vez y sin esperar comenzó a moverse sacándolo y metiendolo nuevamente.

Lloró aún más amargamente, sintiendo de nuevo cómo se desgarraba aún más de lo que ya estaba. Sentía cómo poco a poco el pequeño mundo en el que había creído se desmoronaba, se hacía pedazos con todos sus sueños e ilusiones. Siguió sangrando más y más, ya se estaba mareando a causa de la pérdida de sangre. Trataba de mantenerse consciente, pero con cada dolorosa embestida aumentaban sus deseos de morir ahí mismo, de desvanecerse. Miró débilmente al demonio, su piel más pálida que nunca, sus ojos sin brillo alguno... Su cabello incluso, parecía estar perdiendo la luminosidad.

-Pobre criatura... abandonada a su suerte por los dioses...-

Le dijo arremetiendo con más fuerza al interior del ángel, tocando casi tan hondo como el objeto que introdujera unos minutos atrás.

-Aunque te desmayes seguiré tomándote Gabriel... Tu cuerpo es mio y haré lo que me plazca con él.-

Hizo que las cadenas se transformaran en culebras, las que comenzaron a recorrer con lujuria el cuerpo del ángel, enredándose en su miembro, mordiendo la piel...

Escuchó las crueles palabras del demonio... Tenía razón, con su cuerpo había comprado la vida de inocentes, había sacificado su libertad para salvar a los demás. Le pertenecía, era propiedad de Semyasa, y no podía negarse a nada que le ordenase el demonio.

-Soy... soy tuyo... Mmmghhhh...-gritó de dolor una vez más, sentía el veneno de las serpientes en sus venas. Su deblitado estado le impedía poder combatirlo, a pesar de ser un poderoso ángel-. Incluso... muerto... soy tuyo...-dijo entre lágrimas.

-Así es...-

Le dijo conforme al tiempo que hacía que las serpientes desaparecieran y retirándose del interior del magullado ángel, sin correrse, pero su excitación bajó poco a poco, tomó al ángel entre sus brazos y lo cargó para sacarlo de ahí.

-Te llevaré a mi habitación ara que descanses... ahí estarás seguro.-

Sintió cómo todo cesaba, cómo el dolor ya no se abría paso en su cuerpo, cómo el otro lo tomaba en brazos, con cuidado incluso... Se recostó contra su pecho agotado. Apenas podía mantenerse consciente en esos momentos. Elevó un poco la mirada, incluso ese simple acto le costó un quejido de dolor. Elevó una de sus manos, temblorosa, tomando uno de los mechones del demonio.

-Gracias...-le dijo débilmente.