Curando heridas -Gab-

Gabriel sintió cómo el animal le lamía, cómo lo humedecía por completo tanto en cuello y piernas como en sus partes más íntimas. De repente lo sintió penetrarle, y dañado cómo estaba su recto soltó un agudo quejido de dolor ante la penetración. Miró a Semyaza con los ojos suplicantes, pero supo que así no conseguiría nada, que no haría que el demonio cambiase de opinió, y mucho menos cuando parecía estar divirtiéndose. Sintió el miembro del animal entrar y salir de su cuerpo, y sangre que se escurría de su entrada nuevamente.

-¿Por... qué...?-musitó aferrándose con fuerza a las sábanas, aunque unos segundos después, comenzó a gemir incluso en contra de su propia voluntad.

-¿Ves como los disfrutas Gabriel?-

Le dijo levantándose del escritorio y acercándose a la escena, miraba desde lo alto de su porte como su mascota penetraba el cuerpo del ángel y como buen perro que era, no controlaba el movimiento se sus caderas, entrándole en forma rápida y brusca entrando y saliendo de una forma veloz e incontrolable.

-tendrás que resistir bastante... Puede estar horas así... y sí se lo ordeno, incluso días penetrándote, ya lo ha hecho... es todo un semental.-

Acarició el pelaje del perro mientras este seguía penetrando el cuerpo de Gabriel, la escena era de todo su gusto, podría mirarla por horas... días.

-Delicioso...- se relamió.

-Es... solo... un animal... Aaahhh...-le dijo entre quedos gemidos, por mucho que quisiese oponerse no podía, su cuerpo reaccionaba solo, moviendo las caderas levemente como si realmente quisiese eso. ¿Qué había de placentero en ser tomado por un animal? Volvió a llorar, estaba seguro de que derramaría muchas lágrimas en ese infierno, pero las soportaría. Si tenía que soportar las embestidas del perro durante días lo haría. Cerró los ojos para no ver más, y simplemente se dejo hacer, con el único consuelo de que a Semyaza le gustaba lo que veía.

Darm al ver que el ángel se desvanecía clavó sus dientes en el hombro del mismo, si había algo que ese animal no toleraba, al igual que su amo, era que se le pusieran flojos a la hora del sexo, así que enterró sus dientes con fuerza en la piel de Gabriel, haciendo que la sangre brotara a chorros.

-Tranquilo...-

El demonio intervino, pero no hizo nada para evitarlo, adoraba la sangre pura en especial si era la de aquel ángel.

-¡¡AGHH!!-lanzó un sonoro quejido, que seguro se había escuchado en todo el castillo, y volvió a aferrarse a las sábanas, pero en el brazo en que le había mordido, la mano casi ni le respondía. El dolor era agudo y persistente, y se sintió morir a su causa-. ¿POR QUÉ ME HACES ESTO?-le gritó al demonio llorando con desespero, y lo que más le dolió fue decir lo que dijo a continuación, algo que no sabía si era mentira o verdad-. ¡¡TE ODIO!!

Al demonio se le abrieron los ojos como dos grandes orbes azules, la verdad estaba acostumbrado a que le dijeran esas palabras, pero del parte del ángel, y menos con ese sentimiento y fuerza a pesar del estado en que se encontraba el ser celestial.

-Con que me odias...-

Susurró tratando de calmarse, tratando que o se notara su impresión.

-Veo que debo dejarte a solas con Darm entonces, ya que al parecer te gusta bastante lo que te hace.- miró al can. -Ya te lo dije una vez no quiero volver a repetirlo, has lo que quieras con el, pero quiero todas sus partes donde están.-

El can simplemente siguió penetrando a Gabriel, como lo haría probablemente durante varias horas, pero no quito los dientes de la carne que había atravesado, simplemente subió el ritmo y la profundidad de sus embestidas parecía ser que el miembro del animal crecía cada vez más en e interior del ángel, sin detenerse, rasgando y haciéndose espacio en el ya maltrecho espacio. el pelaje de la mascota del demonio raspaba la piel del ángel, debido a que esta distaba mucho de ser suave y sedoso, más bien parecían escamas en la parte inferior del mismo.

Samyaza sólo dio una ultima mirada a la escena y sin volver a mirar a atrás, simplemente volvió a su escritorio a trabajar son las almas que organizaba hace unos momentos atrás, sin volver a levantar la mirada hacia Gabriel.

-Te odio... Te odio...-siguió musitando. Ya había pasado casi una hora desde que Semyaza había ordenado al animal que hiciese lo que quisiese con él, casi una hora perdiendo sangre, casi una hora de penetraciones insaciables y de dolor. No podía soportarlo más, no podía continuar... El amor que sentía por el demonio lo hacía seguir, y a pesar de ello lo odiaba... Se sentía extraño sintiendo amor y odio a la vez. Cerró los ojos, medio desmayado, ya sin importarle el dolor que el perro le pudiese causar, sin importarle lo que Semyaza pensase. No podía continuar... Era como sentirse morir.

Así pasaron largas hora en a que el can no se cansaba de penetrar al ángel, El demonio no deio por enterado ni de los sollozos ni de as palabras de Gabriel, que si bien escuchaba, las ignoraba por completo.

Se puso de pie y camino hacia el lugar de la magnifica, para sus ojos, escena, se sentó en la cama junto a al perro y Gabriel. Los ojos del ángel estaban completamente opacos y fijos en algún punto, sin enfocara nada en particular.

-¿Te estás aburriendo Gabriel?- Acarició su cabello -¿Tal vez falta un poco más de profundidad?-

Dicho esto el miembro del perro que penetraba al ángel comenzó a agrandarse en el interior del mismo, aumentando tanto su largo como su ancho, mientras el perro seguía con el brutal vaivén.

-Te odio...-musitó otra vez, sintió el miembro del animal agrandarse en su interior, dañando aún más sus magulladas paredes. En cualquier momento iba a perder el conocimiento, y lo sabía al igual que también sabía que a ninguno de sus dos acosadores les iba a gustar, pero no dijo nada, no musitó nada. Ni siquiera el tamaño del pene del perro podía arrancarle ningún sonido de la boca que no fuesen las siguientes palabras que pronunció:

-Mátame... Hazlo como quieras... Pero mátame ya...-no podía soportarlo, saber que el trato que iba a recibir por parte de Semyaza era ese lo rompía por dentro, lo dejaba en tal estado que ni siquiera las lágrimas podían describir.

Samyaza chasqueó sus dedos y en ese momento el can comenzó amoverse brutalmente rápido para terminar corriéndose abundantemente en el interior de Gabriel, retirando el ya flácido miembro del interior del ángel para luego simplemente desintegrarse dejando solos a Gabriel y el demonio.

-Te prohíbo que dejes que el semen de mi perro abandone tu cuerpo.-

Le dijo mientras se acomodaba donde antes estuviese el can y liberando su miembro comenzó a penetrarle sin delicadeza alguna.

-¿Por qué... no puedes matarme...?-le preguntó llorando aún con más fuerza. Podía soportar que el perro lo tratase así, pero no soportaba que Semyaza le hiciese eso, brutal, desgarrador... Se sentía débil, débil y adolorido después de la sangre que había perdido y la que seguía perdiendo, tanto por la herida del hombro como por su entrada. Trató de pensar en otra cosa, de no darle tanta importancia a ese hecho, y en su mente recordó una antigua nana que se les cantaba a los ángeles al nacer, una nana que hablaba de esperanza, de felicidad y amor... Y casi sin querer, su voz empezó a entonarla a pesar de la situación en la que se encontraba.

Samyaza siguió penetrandole, ahora mientras escuchaba la canción del ángel, era una hermosa voz la que salía de sus cuerdas vocales, a pesar del estado en el que estaba... pero no se detuvo, simplemente apuró su eyeculación, moviéndose a tal rapidez que en cosa de minutos terminó por correrse al interior del ángel, una vez que se retiró, en su mano se formó una especie de figura de cristal ovalado, con una base por un lado, introdujo el objeto de cristal en el ano de Gabriel, haciendo una especie de tapón y lo selló con magia. Luego lamió el hombro herido cerrando las heridas abiertas y le dejó caer en la cama.

Gabriel temblaba, su voz aún no se había extinguido, ni siquiera cuando el otro se había corrido ya en su interior. Se dejó caer, y luego se cubrió con las sábanas de la cama, manchadas de su propia sangre, llorando mientras cantaba en voz muy baja. Se abrazó a sí mismo y se llevó la mano al hombro que había curado Semyaza. No comprendía por qué lo había hecho pudiendo dejar que se desangrase... Seguramente quisiese mas perversiones más adelante, y por eso no quería renunciar a su juguete sexual. Su cabello se manchó con el líquido rojizo que aún impregnaba las telas de las camas, y también se manchó un poco su pálido rostro.

Lo miró por largas horas, recostado a su lado, parecía meditar sobre algo... o tal vez sólo le miraba, sea como sea, se puso de pie y le arrebató con brusquedad las sabanas, quitando el artefacto que introdujera en su interior con anterioridad, logrando que todo el semen saliera al exterior, tanto el suyo como el de su can, completamente mezclados con sangre.

-Fuera...-

Gabriel lo miró aturdido, no por el hecho de que extrajese el cristalino objeto, sino más bien por esa palabra, esa dura palabra que acababa de pronunciar y que no podía terminar de creerse. Lo miró suplicante, con lágrimas resbalando una vez más por sus mejillas.

-No me eches... Por favor... Haré lo que sea por quedarme... Pero no me eches de tu lado...-musitó.

-Te dije que te fueras... ángel débil y aburrido, fuera de mi vista que harás que vomite-

Le dijo con voz pausada y fría, más fría aún de lo normal, le miraba inexpresivo ni siquiera con el asco que proclamaba tener, nada, sus ojos no decían nada.

-Sal de aquí...-

Volvió a repetir tomando por el brazo al ángel y arrastrándolo de la cama hasta dejarlo car al frío suelo.

Lo miró una última vez, dolido por sus palabras y con el corazón hecho pedazos. Y fue entonces cuando recordó quién era y por qué hacía tiempo que había decidido dejar atrás los sentimientos que pudiese tener, para evitarse situaciones como esa. Y así, desnudo, herido y tambaleante, desplegó sus debilitadas alas y emprendió el vuelo de vuelta hacia el Olimpo, esperando que por lo menos, ese Dios que lo había traicionado, lo apreciase en algo como señor de los ángeles y lo dejase quedarse.